Adiós

Tengo frio. Te miro, y el intenso y helado fragor que se desborda de tus ojos me

quema. Me das miedo. Pero más que miedo, ahora solo siento angustia. Angustia

de haberte entregado todo de mí, y ahora, ¿con qué me quedo? Te vas. Ahora te

vas, y todo lo que soñé y amé, como las hojas que seducidas por el viento del otoño

vuelan lánguidas por lo cielos hacia el final de su corta vida, se van tras de ti, y dejan

mi vida (si a esto se le puede llamar vida), vacía, triste, como la tarde de invierno en

que la blanca nieve cubre el horizonte que nadie quiere ver. Te vas, ¿y ahora qué?,

te llevas enredados entre tus inseguridades mi vida. Mis palabras ya no sonarán

igual, porque ya no estarás tú para escucharlas. Mis versos de amor morirán igual

con la tarde, y solo quedarán noches, frías y oscuras noches, oscuras y eternas

noches, en las que solo se oirán los sollozos rumores de mi silencio. Te vas. ¿no

dices nada?, tan solo te quedas ahí, como una mole de concreto gris, que tan solo

está para sostenerse a sí misma, que no se mueve y no deja avanzar. Estás ahí y

tan solo puedo ver en ti esa mirada vacía, esa mirada, que, como un remolino de

agua, segundo tras segundo se lleva a lo más hondo del olvido aquellas tardes que

te regalé sentados al pie del viejo abedul, en donde, igual que las aves en la

mañana, te entregaba mi voz, y no solo mi voz, sino mi alma. Sí. Mi alma. En cada

beso, en cada abrazo, en cada palabra… en cada trazo que plasmaba en las cartas

o dibujos que te daba iba mi alma. Siempre que preparaba algo para ti, tomaba

aquel viejo puñal del amor, y lo clavaba dulcemente en el núcleo de mi corazón, y

poco a poco, día a día, gesto a gesto, trazo a trazo, iba cincelando mi alma, para

entregártela a ti, como el gato que lleva la victima a su señor, en gesto de mi

fidelidad. ¿Y ahora que harás con un alma rota? ¡aj! Déjame adivinar, pues odias

los juegos de puzle. No armarás ese insignificante rompecabezas de un alma que

ya no amas. ¿La tirarás? De eso estoy seguro. ¡la tirarás ¡, la arrojaras al hondo mar

del olvido, para que pieza por pieza, se vaya ahogando en el oscuro mar de los

recuerdos que no volverán, y como un pirata que navega por mares desconocidos,

olvidarás aquel corazón que en ti y por ti había vivido, y buscarás una nueva tierra

que asaltar. ¿no dirás nada? ¡Ja!, Tú, el ser más elocuente y culto de la tierra, te

quedas sin palabras frente a un hombre derrotado, vacío, sin alma. Es cierto, ya no

hay nada que decir, pero hasta el hombre más desgraciado de la tierra fue

merecedor de unas dulces palabras el día de su réquiem, y yo, que te lo entregué

todo, ¿no merezco una palabra de adiós?, ¿no merezco de ti un gesto de

agradecimiento, o de piedad al menos?, ¡grítame¡, susúrrame, pero hazme saber

que no es en vano todo este sentir, esta angustia, este dolor. Hazme sentir, aunque

ya mi cuerpo languidezca, que al menos queda en ti una gota tibia de amor. Por

lastima dame un beso, igual que el rico rey da las migajas que sobran de su mesa

a los perros. Sí. Soy un perro que está ahora al borde de tu mesa, agonizante,

clamando sangre, implorando, antes de dar su último aullido, una migaja, una sobra

de tu amor. ¿Ya te vas? Adiós. No puedo decirte más que adiós, y desearte suerte

en tu viaje, y ruego a Dios que te cuide, y al destino, sí, al destino, el mismo que nos

juntó, que no te deje caer en un abismo igual al mío. No quiero que sufras. Tampoco

quiero que vuelvas. Una vez cruces aquel umbral de la casa que te recibió este

tiempo, aquel umbral que fue testigo de los celestiales abrazos de bienvenida, y de

los nostálgicos besos de despedida, aquel umbral que fue el arco de nuestro triunfo,

y que hoy es la salida de la derrota, no vuelvas. Vete. Vete con la cabeza en alto y

el cuerpo erguido, no desvíes la mirada atrás, no mires el pasado, nos sea que te

tornes en sal. Vete. Y en cada paso que camines deja mi recuerdo. Olvídate de mí,

aunque yo no me olvidaré de ti. Una vez cruces ese umbral, mi vida, igual que la

llama de la lámpara vieja que consume la última gota del aceite en su último destello

de luz, así mi vida se apagará cuando cruces el umbral. Vete. Y no pienses en cómo,

segundo a segundo, respiro a respiro, mi vida se irá contigo. Vete, ¡Ya no quiero

verte, ya no quiero verme jamás! Adiós.

Por Kevin Alejandro García Castaño




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