El titiritero del arcoíris
Hemos de confundir de manera atroz, aquellos miedos que traspasan día a día un punto de quiebre con aquellos errores que no podemos si quiera mendigar con la boca, aquello que nos ata el alma y nos hace reclamar un dolor que no cesa, y al terminar de buscarle una secuencia a un hilo perdido o quizás un punto de equilibrio lo que logramos encontrar es neutralizar la etapa que tiene tanta capacidad para herirnos y regresamos siendo otra persona en un tiempo diferente, mucho más lejano.
A veces me encontraba mucho más herido que satisfecho, llegaba a la casa con mi familia y con comida, con lo único poco que podía entrometerse en mi camino. Vivir en el campo nunca fue cosa fácil; y mi vida finalizó poco antes de poder aprender de ella.
Junto a mi familia vivíamos en una de esas tantas fincas cafeteras de Palestina, a media hora de Arauca, un pueblito aledaño al río Cauca; donde se encontraban un sinfín de cosas, era como sentirse desnudo en medio de una multitud de personas y rodeado de cosas que nunca entendería.
Tenía tres hermanas de las cuales una era ya difunta pues al nacer y dado el tiempo en el cual vivíamos no existía según los doctores una medicina que curara el dolor de tripas, así lo hacían llamar, y al pasar de los días volvió a las raíces, a ser parte de las nubes y la nada, igual que a muchas personas que pasaban por ese terrible calvario; después se encontraban mis dos hermanos y por último yo, el hijo adoptivo.
Mi madre me abandono a la edad de cinco años, ya que ella no podía responder por mí y para el colmo de males era una oveja negra más de esa familia, mi padre nunca quiso hijos. Y se preguntaran por qué fue en plural aquella gran afirmación; la vida campestre siempre fue un completo desastre, el incesto solo era un producto más de todo aquello que podía pasar, satisfacer sus necesidades a cambio de un poco de placer no les bastaba a los hombres para cuidarse, mucho menos en esas zonas, donde cuidarse no era una palabra conocida.
Familia por familia y finca por finca, aquello solo era algo más de la cotidianidad, ya que los hombres se proclamaban silenciosamente libertinos mucho más que nunca, y con ese mismo odio mi padre regalo a cada uno de sus hijos a familias diferentes.
Para esa edad muchos no entenderían que tan grave podía ser en la mente de un pequeño, pero todo este caos era tan incomprensible como pensar que todo aquello fuera producto único del destino.
Mita, así le decía de cariño a Doña Rosa, mi madre adoptiva, y papito a Don Hoober, mi padre adoptivo. La finca era enorme, teñida de una gran variedad de flora que hacía una gran metáfora de un arcoíris con sus miles y miles de colores.
A Mita siempre la recordaba cortando plantas de jardines ajenos si le gustaban y arrodillarse en nuestra finca para plantarlas con un cariño inconfesable. Ella aún con sus ochenta años, evoca en cualquiera ese recuerdo, con su impecable vestido blanco, un peinado singular y sus manos delicadas.
Vi cada paso de construcción de nuestra finca Alto Bonito, mi madre siempre nos llevaba a mis hermanos y a mí a jugar. Visualice varias veces a Papito dedicar todo su tiempo para su construcción, a pesar del tiempo, existían las cámaras a blanco y negro, y siempre recordare el día cuando aún en obra negra mis padres, mis hermanos y yo nos tomamos una foto con la mejor vista posible que en mi memoria habitó.
Los días en Arauca fueron buenos a medida que crecíamos y nos volvíamos compinches de personas con cualidades insaciables; recuerdo el día en que mi hermana menor, Alicia, a sus dieciséis años se lanzó del puente directo al río y luego yo la seguí, ese día fue como volver a ser el niño Arturo del cual ya me había despedido, pues ya tenía veinte años, la elocuencia de sus gritos unidos con los de mis hermanos hacían que mi vida de algún modo tuviera un buen sentido.
Ese día vi sus ojos por primera vez, Luz, se llamaba tal como la veía como esa luz que uno piensa que algún día bajara del cielo de manera gloriosa a rescatarnos de este mundo cruel. Luz me decía: Arturito cuanto te quiero. Y me escribía cartas que me mandaba con Mita para vernos. Sus palabras y labios sedujeron esta alma indomable que me manipulaba cual titiritero en su obra maestra.
Pase la mayor parte de mi tiempo con Luz, ella me hablaba de cascadas, riachuelos y un futuro que nunca llegaría. Luz, Luz, Luz, me repetía todas las noches, entre el insomnio que me transportaba a las montañas de las cordilleras y sus senderos, y sentir como el arcoíris me atrapaba y me hacía viajar a otro tiempo, Luz era el arcoíris de mi insomnio.
Pero como un arcoíris que se ha quedado sin sus gotas de lluvia, Luz se marchó, se marchó como lo hacemos todos en un sendero desconocido sin faros, ni guías, y el único guía de este cuento era la voz que se había creado en mí, como un monstruo que susurraba lento y claro los actos que debía cometer.
Esa voz que se había convertido en mi titiritero; cegado por sus manos como otra extremidad de mi cuerpo y vida, me decía como un mantra ¡Hazlo otra vez! Entre puñal y puñal, solo ardía y el dolor se incrementaba pues no era yo la víctima, pero si la de mi propio destino.
Como saber que, en un paseo nocturno con mi más confidente compañero, en el pasar de las horas, todo se diluiría como mi mente en la oscuridad de aquella carretera en la que nos encontrábamos divagando.
No retome el rumbo cuando debí hacerlo, sin embargo, no todo lo daba por perdido, había encontrado una manera más libre y humana de construir una especie de fuerte estable que me llevara a ese mínimo equilibrio que me brindaba cordura.
Baje la mirada y deje que mi alrededor me afectará un poco más, caminaba por una carretera a oscuras y llena de un misterio incalculable, me sumía en el pasado y alimentaba mi mente con recuerdos vagos, de sensaciones únicas y con el mayor vacío que podía proporcionar a tal situación; miraba mi reloj y no podía medir el tiempo exacto por el que deambulaba, nuestra botella marcaba el límite exacto del olvido del mañana; pensaba en lo que un día fue aquel pueblo que se divisaba a la lejanía, su olor a madera y vela recién apagada, numerosas familias, secretos en los hogares, y a donde llevarían estos.
No teníamos rumbo, pero eso no me inquietaba, podía sentarme en medio de la nada toda una noche, solo para contemplar lo solitario que era ese espacio, al igual que yo.
En ese justo y acertado momento uno que otro miedo se me atravesó aquella noche, sin solución que quisiera darles, los acomode y los revise de mejor manera, desde perspectivas distintas y dejándome guiar de esos miedos que no comprendía.
Decidí que lo mejor era dejar de pensar y acabar de una vez por todas ese último sorbo que me permitiría olvidar todo lo que ya me preocupaba, todo lo que quizás iba a perder, o a ganar; yo mismo me encargue de decirle a la vida que jamás le quitara ese sentimiento de melancolía, algo relacionado con una tristeza casi permanente, que me abstraía lo más humano de mi ser.
Escribía en mi libreta cortas frases que llegaban a mi mente y aumentaban ese sentimiento. La mejor sensación no es irse de aquí sin dejar algo, sino dejar textualmente algo completamente sincero, mi forma más humana para este fin era eso, escribir y escribir solo para mí, para mi mundo, una parte del alma más íntima.
No puedo describir que paso después, mis ojos se cerraban tan lento como el ciclo de mi vida estaba finalizando, la voz del titiritero se había calmado, solo comprendía que poco a poco el pulso corría una maratón como la tortuga y la liebre y esta vez era yo la liebre de mi compañero, con el final más predecible que el destino había sentenciado, como mi titiritero lo había hecho con tantas personas, mi compañero lo hizo. Y así fue como me fui de aquel mundo que no pude conocer.
Por María Camila Vásquez Restrepo
Me encantó, un escrito muy profundo, reflexivo. Sin lugar a duda, un gran cuento.
ResponderEliminarUna escritora talentosa.
Felicidades, un cuento muy bien ambientado. Saludos.
ResponderEliminarBrutallll
ResponderEliminarVerdaderamente hay una fiera escondida tras un lápiz, todo un riesgo darle rienda suelta, se devoraría el mundo en un libro...
ResponderEliminarMe encantó, que buena forma de entrar y trascender en este mundo mágico de la literatura, felicitaciones.
ResponderEliminarSencillamente espectacular, que poder de redacción, de imaginación y de creatividad.
ResponderEliminarTe felicito mi vida.
Muy buen cuento, mil felicitaciones para ti hermosa, me pusiste a volar la imaginación que talento
ResponderEliminarMe enganchó desde el principio, y casi lloré con el final. La vida es tal cual se traducen tus sentimientos en palabras.
ResponderEliminarTotalmente increíble
ResponderEliminarEstá geniaaaal, muy reflexivo, con una narración muy personal. ¡Me encaaaaaantaaaaaaa!
ResponderEliminarMe encantó la sinceridad y la transparencia de los sentimientos que escribes en tu cuento. Lo más valioso es lograr empatía y eso fue lo que sentí durante todo el texto. Gracias por escribirlo.
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